29 mayo 2015

Volcanología guadalupana y agricultura dominguera

Al igual que casi todas las Antillas, la Guadeloupe--como llaman los locales francoparlantes a su propia isla muy a pesar de los españoles que le dieron nombre y algún que otro hispanoparlante del siglo XXI que insiste en llamarla Guadalupe--, es de origen volcánico. Como consecuencia de su origen geológico y también como recordatorio de lo frágil que es la presencia animal y vegetal en la isla, La Guadeloupe tiene un volcán activo llamado La Grande Soufrière.
Nos tocó un día excelente porque había pocas nubes alrededor del volcán

Una de las grietas a lo largo del sendero

Casi en la cima y ya entre las nubes
 Este volcán, cuya última erupción fue en 1976 y no ocasionó mayores daños, es el sujeto de minuciosa observación por volcanólogos y otros científicos, como así también la pièce de résistance del Parc National de la Guadeloupe. Miles de turistas y locales emprenden la caminata hasta la cima del volcán cada año. Es una caminata poco técnica, aunque de a ratos empinada, que lleva alrededor de 4 horas ida y vuelta. Las vistas desde la ladera del volcán, los distintos tipos de vegetación en las distintas alturas, el olor a azufre, el manto de nubes que rodea la cima, hacen del paseo una experiencia francamente increíble.
En la cima, a 1467 metros de altura

La Soufrière significa la azufrera. Ese humo que sale del cráter contiene mucho azufre

Trepamos hasta la cima con nuestros amigos de Almost There y disfrutamos cada paso, cada piedra en el sendero, cada árbol y arbusto. En la cima, a poco más de 1400 metros de altura, la nube, rara vez ausente allá arriba, humedeció nuestra ropa y el aire fresco nos enfrió la piel. El humo con olor a azufre que sale del cráter completó la experiencia sensorial.

Panorámica de la cima cubierta por su nube perenne

Un raro momento de claridad en la cima, con el cráter a la izquierda
Continuando nuestra navegación hacia el sur, siempre siguiendo la hilera de las Antillas, llegamos a Portsmouth, la ciudad más al norte de Dominica.

Hace 5 siglos, cuando los indios caribes vivían tranquilos en Dominica, los conquistadores españoles llegaron en nombre de Cristo y la justicia cristiana y la corona de los Reyes Católicos y un universo de razones que seguro tendrían sentido en su contexto histórico. Los conquistadores hicieron cagar a los locales, ya sea esclavizándolos o matándolos, con destreza y tecnología. Después se tomaron el palo porque resultó ser que en Dominica no había oro, y poner plantaciones de caña de azúcar era mucho más fácil en otras islas.

Así es que Dominica es la única isla de las Antillas en la que sobrevivió una pequeña población de indios caribes. Claro, después vinieron los franceses e ingleses, quienes se cagaron a tiros entre ellos ante los ojos azorados de los caribes (que no eran ningunos pacifistas). La isla fue francesa por un tiempo, después inglesa, y ahora, desde 1978, es un estado independiente miembro de la Commonwealth of Nations.

El turismo está algo desarrollado en Dominica, pero poco comparado con otras de las Antillas. Su belleza natural es increíble. Tiene varios volcanes, aguas termales, todo tipo de vegetación y fauna tropicales, todo enclaustrado en el corazón de la isla que ha sido convertido en un parque nacional. Los locales son gente extremadamente amigable y orgullosa de su isla. 

La vida en Dominica puede ser bien fácil si uno tiene expectativas simples. La agricultura requiere esfuerzo mínimo, ya que cualquier vegetal tropical crece inconteniblemente. Los locales comen fruta, verdura y pescado. También hay cabras y algunos cerdos salvajes que introdujeron los europeos. Hay dos riesgos latentes: una erupción volcánica (aparentemente poco probable) y los huracanes. El último huracán que devastó a esta isla fue en 1979.

Tuvimos oportunidad de probar algo de la agricultura local. Navegamos por el Indian River hacia una plantación en la que probamos passion fruit, canela, mango, cacao, y algunas otras deliciosas frutas que desconocía. También visitamos la casa de un francés que hace unos años, frustrado por la ausencia de buen chocolate en la isla, puso su propia fábrica artesanal. Nos mostró todo el proceso, desde los árboles de cacao hasta la máquina que usa para mezclar el cacao fermentado con leche y azúcar. Todo lo que usa crece en los árboles que tiene en su propiedad. Creo que nunca había comido chocolate de verdad.
Probamos todo tipo de frutas tropicales recién arrancadas de sus árboles
Las raíces de este árbol (cuyo nombre ya olvidé) son increíbles. Indian River
Caminata por la jungla para llegar a un río
También nos adentramos en la jungla montañosa, entre palmeras y bananos y papayos, para llegar a un río con una olla profunda y una piedra de 6 o 7 metros de alto para tirarnos. El río al que fuimos es uno de los 365 que hay en la isla. Realmente Gaia estaba de buen humor cuando planeó la belleza natural de Dominica.
El Mati en pleno vuelo
Probando un elegante clavado
Almuerzo en el lado Atlántico de la isla
Otro dato interesante de Dominica en general y el Indian River en particular: acá se filmaron algunas escenas de Piratas del Caribe 2. El guía que nos llevó por el río nos contó algunas indiscreciones de las estrellas (que no puedo divulgar!) y nos mostró una cabaña que construyeron a orillas del río para filmar la escena con la bruja Calypso.

La casa de la bruja Calypso (personaje de los Piratas del Caribe 2) en el Indian River

14 mayo 2015

Comunión con Poseidón y Eolo

A veces Poseidón y Eolo me sorprenden con su benevolencia; dejan de lado su actitud iracunda que la gente de mar teme y también abandonan su desidia, esa que nos deja encalmados flotando como corcho perdido en un gigantesco charco. En esas ocasiones, estos dos dioses se ponen de acuerdo y nos otorgan oportunidades de navegación que debemos aprovechar. Esos días, no tan comunes como creía o me gustaría ver, son fabulosos y me ponen en un estado espiritual de introspección y agradecimiento por la vida que llevo.

Levantamos cadena y ancla en Anse de Colombier, en el extremo norte de Saint Barth, a las 6 de la mañana. Teníamos por delante 45 millas de Mar Caribe que nos separaban de Basseterre, la capital de Saint Kitts. Poseidón prometía olas del este, al través de nuestro rumbo, y Eolo, sin querer quedarse atrás, hacía una promesa similar con sus vientos: 20 nudos del este. Esperaba una travesía rápida y algo agitada.

Apenas perdimos la protección de Saint Barth, las olas y el viento (sucundún, sucundún) impusieron su ritmo sobre el Taia. Con ambos dioses presionando del través, el Taia empezó a avanzar desbocado, deslizándose sin esfuerzo entre crestas y valles, sus velas cómodamente apoyadas sobre el viento con amuras a babor. No rolaba y cabeceaba ligeramente al subir y bajar olas de 1,50 metros. El rumbo era de 180°, derecho hacia el sur. En las primeras 35 millas de navegación, promediamos 7 nudos de velocidad!

Las condiciones, tan excepcionalmente buenas, me llevaron a apagar el piloto automático y timonear a mano (me avergüenza un poco confesar que el piloto automático timonea el 95% del tiempo). Dejé de monitorear el GPS; estuve tentado de apagarlo pero no lo hice por una cuestión de seguridad. Mi mirada saltó del compás a la proa, de la proa a las velas, de las velas a las olas. A pesar de estar rodeado de la tecnología que me permite navegar despreocupadamente, disfruté de esta conexión primitiva que la humanidad tiene con el mar y el viento. La hice mía. Sentí que mi espíritu se elevaba gracias a esta interacción con dos dioses que pueden ser difíciles de tratar.

Cuando en 1988 leí a Philippe Jeantot, a Robin Lee Graham y obviamente también a Joshua Slocum, éste fue el romance que soñé para mi futuro marino. Y así lo viví ese día, agradecido y feliz de estar en el mar, de poder respirar el aire y el agua y la sal que flotaban sobre las olas, navegando mi propio barco.

Llegamos a Saint Kitts sin mayor novedad que una singladura excelente en condiciones ideales. Ese día no saqué fotos. Unas pocas fotos serían inservibles para reflejar el significado del momento.

Ya visitamos Saint Kitts y su isla vecina, Nevis. Mañana o pasado continuamos con rumbo a Montserrat, adonde nos espera un volcán activo que devastó la isla en 1995.