A veces Poseidón y Eolo me sorprenden con su benevolencia; dejan de lado su actitud iracunda que la gente de mar teme y también abandonan su desidia, esa que nos deja encalmados flotando como corcho perdido en un gigantesco charco. En esas ocasiones, estos dos dioses se ponen de acuerdo y nos otorgan oportunidades de navegación que debemos aprovechar. Esos días, no tan comunes como creía o me gustaría ver, son fabulosos y me ponen en un estado espiritual de introspección y agradecimiento por la vida que llevo.
Levantamos cadena y ancla en Anse de Colombier, en el extremo norte de Saint Barth, a las 6 de la mañana. Teníamos por delante 45 millas de Mar Caribe que nos separaban de Basseterre, la capital de Saint Kitts. Poseidón prometía olas del este, al través de nuestro rumbo, y Eolo, sin querer quedarse atrás, hacía una promesa similar con sus vientos: 20 nudos del este. Esperaba una travesía rápida y algo agitada.
Apenas perdimos la protección de Saint Barth, las olas y el viento (sucundún, sucundún) impusieron su ritmo sobre el Taia. Con ambos dioses presionando del través, el Taia empezó a avanzar desbocado, deslizándose sin esfuerzo entre crestas y valles, sus velas cómodamente apoyadas sobre el viento con amuras a babor. No rolaba y cabeceaba ligeramente al subir y bajar olas de 1,50 metros. El rumbo era de 180°, derecho hacia el sur. En las primeras 35 millas de navegación, promediamos 7 nudos de velocidad!
Las condiciones, tan excepcionalmente buenas, me llevaron a apagar el piloto automático y timonear a mano (me avergüenza un poco confesar que el piloto automático timonea el 95% del tiempo). Dejé de monitorear el GPS; estuve tentado de apagarlo pero no lo hice por una cuestión de seguridad. Mi mirada saltó del compás a la proa, de la proa a las velas, de las velas a las olas. A pesar de estar rodeado de la tecnología que me permite navegar despreocupadamente, disfruté de esta conexión primitiva que la humanidad tiene con el mar y el viento. La hice mía. Sentí que mi espíritu se elevaba gracias a esta interacción con dos dioses que pueden ser difíciles de tratar.
Cuando en 1988 leí a Philippe Jeantot, a Robin Lee Graham y obviamente también a Joshua Slocum, éste fue el romance que soñé para mi futuro marino. Y así lo viví ese día, agradecido y feliz de estar en el mar, de poder respirar el aire y el agua y la sal que flotaban sobre las olas, navegando mi propio barco.
Llegamos a Saint Kitts sin mayor novedad que una singladura excelente en condiciones ideales. Ese día no saqué fotos. Unas pocas fotos serían inservibles para reflejar el significado del momento.
Ya visitamos Saint Kitts y su isla vecina, Nevis. Mañana o pasado continuamos con rumbo a Montserrat, adonde nos espera un volcán activo que devastó la isla en 1995.
Confieso que por falta de instrucción marina entendí poco sobre tu euforia y felicidad, pero como siempre me alegro con tus alegrías pues entonces en este caso, me alegro muchísimo lo que viviste, seguramente fue muy bueno.
ResponderBorrarBesos a los cuatro
Gracias, Ma. Fue fantástico :-)
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