El azogue cobrizo del Caribe al alba me
despabiló y la noche de sueño corto e interrumpido se evaporó
rápidamente. El Taia continuaba su camino sólido hacia el
oeste-suroeste, hacia el continente que no veía desde diciembre de
2014. Renovado por la luz tranquilizadora del amanecer, salí del
cockpit para dar mi última vuelta por cubierta antes de ir a dormir
y dejar a la Cami de guardia. Aunque normalmente en el mar la salida
del sol me encuentra cansado, siempre me da razón para admirar la
belleza del océano con la luz tenue del sol naciente. Es
tranquilizador, y no sólo porque simboliza el final de las guardias
nocturnas. Sobre cubierta, cuatro peces voladores evidenciaron su
infortunio mirándome secos desde los rincones en los que habían
aterrizado durante la noche. Pobres bestias.
Delicioso mahi mahi. El más grande que he pescado |
La costa norte de Honduras, con su ya
bien conocido manto de tormentas eléctricas, había sido testigo de
nuestra última navegación oceánica de la temporada. Durante la
noche habíamos visto rayos y relámpagos hacia el sur y hacia el
oeste, exactamente hacia donde apuntaba la proa. A la madrugada había
decidido mantenerle al Taia las riendas cortas; reduje la velocidad
para dejar pasar un chubasco que parecía un show de fuegos
artificiales. El patrón climático estival en esta zona es bien
simple: desde el atardecer hasta la madrugada hay tormentas
eléctricas y los días son parcialmente nublados. Al demorar el
acercamiento al continente estaba disminuyendo la probabilidad de
encontrarnos rodeados de rayos. Con el amanecer llegó esa
tranquilidad.
Nos anclamos frente a Tres Puntas, una
península guatemalteca ubicada 10 millas al norte de Livingston,
nuestro puerto de entrada a Guatemala y el Río Dulce. El delta del
río puede ser una entrada complicada por los bancos de arena y barro
que le roban profundidad. El plan era esperar en Tres Puntas hasta la
mañana siguiente, cuando la marea sería particularmente alta.
Pasamos una tarde tranquila anclados y nos fuimos a dormir junto con
el sol. Al día siguiente había que salir a las 5 de la mañana para
aprovechar la marea alta en Livingston.
Durante la tarde mi humor se puso más
bien reflexivo. Comencé a mirar hacia los últimos seis meses y
medio. Después de tirar el barco al agua en Grenada el
18/diciembre/2015, comenzamos una peregrinación hacia el norte
primero y el oeste después. Visitamos varias de las Antillas Menores
– varias que no habíamos visitado la temporada anterior– y
también exploramos levemente la costa sur de las Antillas Mayores.
En total fueron 2.838 millas náuticas navegadas a un promedio 5,4
nudos, la mayor parte a vela. En Puerto Rico y Cuba el viento brilló
por su ausencia y tuvimos que quemar diesel para seguir avanzando
mientras la temporada de huracanes nos apuraba implacable y
omnipotente. Fueron 78 fondeaderos distintos en catorce países
caribeños. En mi estado reflexivo, también consideré las renuncias
que uno hace por vivir de esta forma. Me pregunté cuál será el
balance final, cuando sea que éste capítulo de vida nómade llegue
a su fin. ¿Qué sigue después de esto?
Nos levantamos al alba y cruzamos la
Bahía de Amatique para entrar al Río Dulce con la marea más alta
del mes. Al entrar no tocamos el fondo, pero sí estuvimos muy cerca
(el Taia cala 1,85 metros y la profundidad mínima que ví fue 1,9).
Una vez fondeados frente a Livingston, comenzamos el proceso de
entrada a Guatemala. El proceso en sí no es particularmente
complicado, pero igual decidimos contratar a un agente para que se
ocupe del papeleo. En Livingston han habido varios robos en las
últimas semanas y quisimos minimizar la cantidad de tiempo que el
Taia pasaría anclado frente al pueblo. El agente ayuda a acelerar el
proceso. Apenas tuvimos los papeles correspondientes, levantamos
ancla y nos embarcamos en la navegación río arriba.
La tormenta nuestra de cada día preparandose en el este |
El valle del Río Dulce entre
Livingston y el pequeño lago El Golfete, es profundo, con
acantilados cubiertos de vegetación tropical y el aire repleto de
conversaciones animales. La belleza del lugar es impactante y
completamente distinta a todo lo que hemos visto. Aún se ven mayas
pescando desde sus cayucos,
las tradicionales embarcaciones hechas de tronco. Y no es
difícil imaginar el aspecto que tendría el río hace quinientos o
mil años. Hay muy poca construcción a la vera del río. Los mayas,
los conquistadores españoles, los corsarios ingleses y piratas de
todo el mundo vieron este valle en un estado similar al de hoy en
día. El Río Dulce, además de ser el hogar de los mayas, es aún
hoy refugio para marinos.
Es difícil capturar en una foto la escala de los acantilados (Foto sacada Annick de La Smala) |
Luego de veinte millas río arriba,
llegamos a Fronteras, un pueblo rutero de dimensiones mínimas.
Alrededor de Fronteras se han instalado varias marinas que reciben
barcos todo el año, pero cuyo negocio principal sucede durante la
temporada de huracanes, cuando muchos de nosotros venimos buscando
protección y aguas tranquilas. El desarrollo humano ha tenido poco
efecto en la vida salvaje del lugar. La hay en abundancia y los
ruidos de la jungla se pueden escuchar fácilmente durante todo el
día. Además de los animales y la vegetación, en esta época del
año la lluvia marca su presencia a diario. Todos los días llueve,
de a ratos torrencialmente. El sol se asoma tímidamente entre nubes
desde el amanecer hasta la tarde, cuando entran desde el este las
nubes oscuras con sus malditos rayos. Relámpagos, truenos y lluvia
son parte de la rutina diaria. Llueve tanto que los tanques de agua
del Taia están completamente llenos de la más dulce y sabrosa agua
de lluvia.
Hasta octubre o noviembre, el Río Dulce es el hogar del Taia y su tripulación.
Marinas del Río Dulce |
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