10 julio 2016

Dulce Río Dulce

El azogue cobrizo del Caribe al alba me despabiló y la noche de sueño corto e interrumpido se evaporó rápidamente. El Taia continuaba su camino sólido hacia el oeste-suroeste, hacia el continente que no veía desde diciembre de 2014. Renovado por la luz tranquilizadora del amanecer, salí del cockpit para dar mi última vuelta por cubierta antes de ir a dormir y dejar a la Cami de guardia. Aunque normalmente en el mar la salida del sol me encuentra cansado, siempre me da razón para admirar la belleza del océano con la luz tenue del sol naciente. Es tranquilizador, y no sólo porque simboliza el final de las guardias nocturnas. Sobre cubierta, cuatro peces voladores evidenciaron su infortunio mirándome secos desde los rincones en los que habían aterrizado durante la noche. Pobres bestias.
Delicioso mahi mahi. El más grande que he pescado
La costa norte de Honduras, con su ya bien conocido manto de tormentas eléctricas, había sido testigo de nuestra última navegación oceánica de la temporada. Durante la noche habíamos visto rayos y relámpagos hacia el sur y hacia el oeste, exactamente hacia donde apuntaba la proa. A la madrugada había decidido mantenerle al Taia las riendas cortas; reduje la velocidad para dejar pasar un chubasco que parecía un show de fuegos artificiales. El patrón climático estival en esta zona es bien simple: desde el atardecer hasta la madrugada hay tormentas eléctricas y los días son parcialmente nublados. Al demorar el acercamiento al continente estaba disminuyendo la probabilidad de encontrarnos rodeados de rayos. Con el amanecer llegó esa tranquilidad.

Nos anclamos frente a Tres Puntas, una península guatemalteca ubicada 10 millas al norte de Livingston, nuestro puerto de entrada a Guatemala y el Río Dulce. El delta del río puede ser una entrada complicada por los bancos de arena y barro que le roban profundidad. El plan era esperar en Tres Puntas hasta la mañana siguiente, cuando la marea sería particularmente alta. Pasamos una tarde tranquila anclados y nos fuimos a dormir junto con el sol. Al día siguiente había que salir a las 5 de la mañana para aprovechar la marea alta en Livingston.

Durante la tarde mi humor se puso más bien reflexivo. Comencé a mirar hacia los últimos seis meses y medio. Después de tirar el barco al agua en Grenada el 18/diciembre/2015, comenzamos una peregrinación hacia el norte primero y el oeste después. Visitamos varias de las Antillas Menores – varias que no habíamos visitado la temporada anterior– y también exploramos levemente la costa sur de las Antillas Mayores. En total fueron 2.838 millas náuticas navegadas a un promedio 5,4 nudos, la mayor parte a vela. En Puerto Rico y Cuba el viento brilló por su ausencia y tuvimos que quemar diesel para seguir avanzando mientras la temporada de huracanes nos apuraba implacable y omnipotente. Fueron 78 fondeaderos distintos en catorce países caribeños. En mi estado reflexivo, también consideré las renuncias que uno hace por vivir de esta forma. Me pregunté cuál será el balance final, cuando sea que éste capítulo de vida nómade llegue a su fin. ¿Qué sigue después de esto?

Nos levantamos al alba y cruzamos la Bahía de Amatique para entrar al Río Dulce con la marea más alta del mes. Al entrar no tocamos el fondo, pero sí estuvimos muy cerca (el Taia cala 1,85 metros y la profundidad mínima que ví fue 1,9). Una vez fondeados frente a Livingston, comenzamos el proceso de entrada a Guatemala. El proceso en sí no es particularmente complicado, pero igual decidimos contratar a un agente para que se ocupe del papeleo. En Livingston han habido varios robos en las últimas semanas y quisimos minimizar la cantidad de tiempo que el Taia pasaría anclado frente al pueblo. El agente ayuda a acelerar el proceso. Apenas tuvimos los papeles correspondientes, levantamos ancla y nos embarcamos en la navegación río arriba.
La tormenta nuestra de cada día preparandose en el este
El valle del Río Dulce entre Livingston y el pequeño lago El Golfete, es profundo, con acantilados cubiertos de vegetación tropical y el aire repleto de conversaciones animales. La belleza del lugar es impactante y completamente distinta a todo lo que hemos visto. Aún se ven mayas pescando desde sus cayucos, las tradicionales embarcaciones hechas de tronco. Y no es difícil imaginar el aspecto que tendría el río hace quinientos o mil años. Hay muy poca construcción a la vera del río. Los mayas, los conquistadores españoles, los corsarios ingleses y piratas de todo el mundo vieron este valle en un estado similar al de hoy en día. El Río Dulce, además de ser el hogar de los mayas, es aún hoy refugio para marinos.
Es difícil capturar en una foto la escala de los acantilados (Foto sacada Annick de La Smala)
Luego de veinte millas río arriba, llegamos a Fronteras, un pueblo rutero de dimensiones mínimas. Alrededor de Fronteras se han instalado varias marinas que reciben barcos todo el año, pero cuyo negocio principal sucede durante la temporada de huracanes, cuando muchos de nosotros venimos buscando protección y aguas tranquilas. El desarrollo humano ha tenido poco efecto en la vida salvaje del lugar. La hay en abundancia y los ruidos de la jungla se pueden escuchar fácilmente durante todo el día. Además de los animales y la vegetación, en esta época del año la lluvia marca su presencia a diario. Todos los días llueve, de a ratos torrencialmente. El sol se asoma tímidamente entre nubes desde el amanecer hasta la tarde, cuando entran desde el este las nubes oscuras con sus malditos rayos. Relámpagos, truenos y lluvia son parte de la rutina diaria. Llueve tanto que los tanques de agua del Taia están completamente llenos de la más dulce y sabrosa agua de lluvia.

Hasta octubre o noviembre, el Río Dulce es el hogar del Taia y su tripulación.




Marinas del Río Dulce

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