Una navegación fácil de
110 millas. El viento había estado soplando parejo todo el sábado y
no había razón para esperar algo distinto el domingo. Durante la
noche iba a haber un poco más de viento; mejor aun. Una navegación
fácil y con suficiente viento para hacerla completa sin motor. Eso
esperaba.
Adentro de la Bahía de
Santiago había poco viento, pero apenas asomáramos la proa en el
mar Caribe los Alisios del sudeste iban a hacer lo que siempre hacen:
soplar de 15 a 20 nudos. Y así comenzaron esas 110 millas fáciles
desde Santiago de Cuba hasta Cabo Cruz. Apenas caído el sol los
Alisios se replegaron junto con la luz, aunque las olas siguieron
cortas, algo desordenadas y de 1 metro de altura. Si el casco no
tiene energía para deslizarse por el agua y cortar esas olas, el
rolido y cabeceo se ponen incómodos.
Comenzó la danza del paso
doble entre el foque y el motor. Sin viento y con marejada, las dos
velas pegan tirones con el rolido del barco: enrollar el foque,
prender el motor. Minutos más tarde, entran 7 u 8 nudos del norte,
se puede navegar a vela: desenrollar el foque, apagar el motor. Unos
compases más y la situación vuelve al primer paso. Así fue el
principio de la noche. El viento finalmente se fue con su
esquizofrenia para otro lado y no lo volvimos a ver. Siguieron 10
horas de motor hasta Cabo Cruz.
Yendo de este a oeste,
Cabo Cruz, en la costa sur de Cuba, marca el primer tercio de la
isla. En ese cabo termina una costa de acantilados bajos que caen de
alrededor de 15 o 20 metros sobre el mar a unos 1000 metros de
profundidad en no más de media milla. Guantánamo y Santiago son las
únicas bahías protegidas en ese primer tercio de costa sureña de
Cuba. Hacia el oeste de Cabo Cruz se extienden casi 200 millas de
bancos de arena, arrecifes de coral, cayos y lagunas, que terminan en
Casilda, cerca de Trinidad. Colón llamó a esa zona Los Jardines de
la Reina, en honor a la reina Isabel la Católica, Reina de Castilla,
Reina consorte de Aragón, Mallorca, Valencia, Sicilia y condesa
consorte de Barcelona –los títulos le pesaban a la pobre mujer.
Lo más interesante para
mi de Cabo Cruz, es que el yate Granma y sus 81 expedicionarios
desembarcaron en Las Coloradas, una playa que queda a menos de 10
millas al norte de Cabo Cruz. Estos expedicionarios, encabezados por
Fidel Castro Ruz, se las arreglaron para montarle al buen señor (y
tirano dictador) Fulgencio Batista, una revolución del pueblo que
cambió la historia de América para siempre. Mientras el Granma
entró de noche y sin luces, tratando de pasar desapercibido, el Taia
entró a plena luz del día y siendo observado por los oficiales de
Guardafronteras en el destacamento de Cabo Cruz.
Ya fondeados atrás del
arrecife de coral y a casi una milla al oeste del pueblito pesquero
de Cabo Cruz, vemos en el agua un nadador que se acerca desde el
manglar, a unos 300 metros al norte del Taia. El nadador se acerca,
saluda amablemente, y pregunta si queremos comprar langosta, fruta,
verdura y huevos. Yo, todavía algo sorprendido por la presencia de
este avezado nadador tan lejos de tierra, contesto que no necesitamos
langosta pero fruta y verdura sí. Entonces el amable hombre levanta
una bolsa que venía remolcando mientras nadaba y me la pasa.
Efectivamente, en la bolsa hay 3 langostas muertas y, sellados en
otra bolsa de plástico, unos huevos, un ananá y unas cebollas.
Viéndolo a este hombre bracear en el agua para mantener la cabeza
por encima de la superficie, lo invito a subir abordo mientras busco
con qué pagarle – es lo menos que uno puede hacer, no? Su
respuesta negativa no sorprende. Si los oficiales de Guardafronteras
lo ven subiendo al Taia se puede meter en serios problemas.
Arreglamos un pago de 50
pesos cubanos (equivalente a us$2) y un libro para niños que guardo
prolijamente en una bolsa para que él pueda volver nadando sin que
se arruinen el libro ni la plata. (El Taia flaquea en lo que respecta
a cosas donables. En Ile-à-Vache, Haití, quedó casi todo lo que
podíamos donar. En Santiago de Cuba los chicos ya habían empezado a
donar juguetes que todavía usaban.)
Le alcancé la bolsa y
pensé que emprendería su nado de vuelta al manglar, pero tal parece
que el fútbol lo apasiona y, viendo que Guardafronteras aun no
venía, el hombre permanece agarrado al Taia hablando de Messi, Di
María, el Kun Agüero, y otros gigantes del fútbol que la Argentina
produce con orgullo. Lamentablemente no recuerdo el nombre de este
amable cubano. Indudablemente un tipo simple que mostró más interés
en los objetos que pudiera darle a cambio de la comida, que por el
dinero que terminé dándole.
Minutos más tarde levanto
la mirada hacia Cabo Cruz y veo que se acerca un bote de madera con
dos personas abordo. Uno de ellos, vestido de civil, rema con
parsimonia y habilidad innata. El otro, vestido en el obligatorio
uniforme verde revolucionario, va sentado quieto, pantalón
arremangado, borseguíes y medias probablemente depositados sobre la
playa de la que salieron; no vaya a ser que se mojen y arruinen. Son
un pescador –lamentablemente otro nombre que mi memoria evadió–
y el Sub Teniente Heredio (Heredio siendo el nombre de pila; la
Revolución mantiene la costumbre de llamar a la gente por su nombre
o su apodo, no tanto su apellido, costumbre que me parece excelente).
Ambos hombres se sientan
en el cockpit y entre charla entretenida y sonrisas, Heredio toma
nota de los datos del Taia y sus tripulantes en un ínfimo pedazo de
papel sobre el que escribe con una birome que me pidió prestada.
Terminadas las formalidades burocráticas, Heredio anuncia que debe
comenzar el sondeo de la embarcación.
Hay algo que la Revolución y los yanquis-imperialistas-go-home
tienen en común: el miedo a las drogas ilícitas. Cada vez que el
Taia se mueve en Cuba, las autoridades portuarias (en este caso
Heredio) llevan a cabo un sondeo de drogas. Al llegar a un puerto y
también al salir. Según el despacho –papel
de permiso de entrada y salida de puertos que en Cuba tiene más
valor que el barco en sí– el sondeo se realiza siempre
utilizando el método
canino,
es decir, un perro se sube al barco y olfatea todo buscando drogas.
Excepto que el can del método canino no siempre está presente. Por
suerte el resultado de todos los sondeos del Taia, realizados con o
sin el can correspondiente del que habla el despacho con absoluta
certeza, ha sido negativo. (A un barco holandés le encontraron 3
semillas de marihuana en la sentina y lo multaron con us$200. La
tripulación del barco nos dijo que ellos no tenían ni semillas ni
ramitas ni hojas de marihuana y que el oficial del sondeo puso las
semillas ahí. Conocimos tanto al oficial como a los tripulantes de
ese barco y no tenemos razón para creer ni descreer a ninguno de
ellos. Como siempre, la verdad debe estar en algún lugar entre las
dos historias distintas.)
Heredio
me pide que lo acompañe mientras realiza el sondeo, lo cual me
parece excelente: a nadie le gusta que un oficial registre su casa
sin uno estar presente. El sondeo no es más que una mirada sumaria
por los distintos ambientes del barco. Cuando Heredio ve en el baño
un pomo de dentífrico, me pregunta si tengo otro para darle.
Advertido de que los oficiales tienen prohibido pedir regalos,
y habiendo escuchado el rumor de que algunos lo hacen para luego
decir que uno intentó sobornarlos, contesto compungido que ese es
nuestro último pomo (en realidad no tengo idea si hay más abordo,
pero sospecho que debe haber 2 o 3 más). Después me arrepentí de
no haberle dado un pomo de dentífrico a este ser humano que sólo
busca mantener su higiene dental y la de su familia.
El
arrecife de coral de Cabo Cruz es excelente, bien saludable y lleno
de vida. El agua es perfectamente cristalina y el Taia pasó una
noche cómodamente anclado. Al día siguiente fui a Cabo Cruz, el
pueblo, en busca de mi despacho para poder seguir navegando hacia
Cienfuegos. Excepto por la casa en la que funciona Guardafronteras,
el pueblo parece haber sido olvidado por la Revolución: algunas
casas que en cualquier momento se les sale un ladrillo y se
desmoronan en el agua, unos pocos botes para pescar (uno tenía
motor), una plaza con juegos para niños de hierro que están
absolutamente herrumbrados y nadie usa, una escuela de un ambiente
con algunos niños en el tradicional uniforme escolar revolucionario,
y eso es todo lo que hay. Hablé brevemente con dos personas y
nuevamente me encontré con una amabilidad y un deseo de ayudar al
prójimo que son envidiables y todos deberíamos practicar.
Volví
con mi despacho y unas horas más tarde salimos hacia Cienfuegos.
Atardecer en Cabo Cruz |