15 mayo 2016

En la ruta del Granma

Una navegación fácil de 110 millas. El viento había estado soplando parejo todo el sábado y no había razón para esperar algo distinto el domingo. Durante la noche iba a haber un poco más de viento; mejor aun. Una navegación fácil y con suficiente viento para hacerla completa sin motor. Eso esperaba.

Adentro de la Bahía de Santiago había poco viento, pero apenas asomáramos la proa en el mar Caribe los Alisios del sudeste iban a hacer lo que siempre hacen: soplar de 15 a 20 nudos. Y así comenzaron esas 110 millas fáciles desde Santiago de Cuba hasta Cabo Cruz. Apenas caído el sol los Alisios se replegaron junto con la luz, aunque las olas siguieron cortas, algo desordenadas y de 1 metro de altura. Si el casco no tiene energía para deslizarse por el agua y cortar esas olas, el rolido y cabeceo se ponen incómodos.

Comenzó la danza del paso doble entre el foque y el motor. Sin viento y con marejada, las dos velas pegan tirones con el rolido del barco: enrollar el foque, prender el motor. Minutos más tarde, entran 7 u 8 nudos del norte, se puede navegar a vela: desenrollar el foque, apagar el motor. Unos compases más y la situación vuelve al primer paso. Así fue el principio de la noche. El viento finalmente se fue con su esquizofrenia para otro lado y no lo volvimos a ver. Siguieron 10 horas de motor hasta Cabo Cruz.

Yendo de este a oeste, Cabo Cruz, en la costa sur de Cuba, marca el primer tercio de la isla. En ese cabo termina una costa de acantilados bajos que caen de alrededor de 15 o 20 metros sobre el mar a unos 1000 metros de profundidad en no más de media milla. Guantánamo y Santiago son las únicas bahías protegidas en ese primer tercio de costa sureña de Cuba. Hacia el oeste de Cabo Cruz se extienden casi 200 millas de bancos de arena, arrecifes de coral, cayos y lagunas, que terminan en Casilda, cerca de Trinidad. Colón llamó a esa zona Los Jardines de la Reina, en honor a la reina Isabel la Católica, Reina de Castilla, Reina consorte de Aragón, Mallorca, Valencia, Sicilia y condesa consorte de Barcelona –los títulos le pesaban a la pobre mujer.

Lo más interesante para mi de Cabo Cruz, es que el yate Granma y sus 81 expedicionarios desembarcaron en Las Coloradas, una playa que queda a menos de 10 millas al norte de Cabo Cruz. Estos expedicionarios, encabezados por Fidel Castro Ruz, se las arreglaron para montarle al buen señor (y tirano dictador) Fulgencio Batista, una revolución del pueblo que cambió la historia de América para siempre. Mientras el Granma entró de noche y sin luces, tratando de pasar desapercibido, el Taia entró a plena luz del día y siendo observado por los oficiales de Guardafronteras en el destacamento de Cabo Cruz.

Ya fondeados atrás del arrecife de coral y a casi una milla al oeste del pueblito pesquero de Cabo Cruz, vemos en el agua un nadador que se acerca desde el manglar, a unos 300 metros al norte del Taia. El nadador se acerca, saluda amablemente, y pregunta si queremos comprar langosta, fruta, verdura y huevos. Yo, todavía algo sorprendido por la presencia de este avezado nadador tan lejos de tierra, contesto que no necesitamos langosta pero fruta y verdura sí. Entonces el amable hombre levanta una bolsa que venía remolcando mientras nadaba y me la pasa. Efectivamente, en la bolsa hay 3 langostas muertas y, sellados en otra bolsa de plástico, unos huevos, un ananá y unas cebollas. Viéndolo a este hombre bracear en el agua para mantener la cabeza por encima de la superficie, lo invito a subir abordo mientras busco con qué pagarle – es lo menos que uno puede hacer, no? Su respuesta negativa no sorprende. Si los oficiales de Guardafronteras lo ven subiendo al Taia se puede meter en serios problemas.

Arreglamos un pago de 50 pesos cubanos (equivalente a us$2) y un libro para niños que guardo prolijamente en una bolsa para que él pueda volver nadando sin que se arruinen el libro ni la plata. (El Taia flaquea en lo que respecta a cosas donables. En Ile-à-Vache, Haití, quedó casi todo lo que podíamos donar. En Santiago de Cuba los chicos ya habían empezado a donar juguetes que todavía usaban.)

Le alcancé la bolsa y pensé que emprendería su nado de vuelta al manglar, pero tal parece que el fútbol lo apasiona y, viendo que Guardafronteras aun no venía, el hombre permanece agarrado al Taia hablando de Messi, Di María, el Kun Agüero, y otros gigantes del fútbol que la Argentina produce con orgullo. Lamentablemente no recuerdo el nombre de este amable cubano. Indudablemente un tipo simple que mostró más interés en los objetos que pudiera darle a cambio de la comida, que por el dinero que terminé dándole.

Minutos más tarde levanto la mirada hacia Cabo Cruz y veo que se acerca un bote de madera con dos personas abordo. Uno de ellos, vestido de civil, rema con parsimonia y habilidad innata. El otro, vestido en el obligatorio uniforme verde revolucionario, va sentado quieto, pantalón arremangado, borseguíes y medias probablemente depositados sobre la playa de la que salieron; no vaya a ser que se mojen y arruinen. Son un pescador –lamentablemente otro nombre que mi memoria evadió– y el Sub Teniente Heredio (Heredio siendo el nombre de pila; la Revolución mantiene la costumbre de llamar a la gente por su nombre o su apodo, no tanto su apellido, costumbre que me parece excelente).

Ambos hombres se sientan en el cockpit y entre charla entretenida y sonrisas, Heredio toma nota de los datos del Taia y sus tripulantes en un ínfimo pedazo de papel sobre el que escribe con una birome que me pidió prestada. Terminadas las formalidades burocráticas, Heredio anuncia que debe comenzar el sondeo de la embarcación. Hay algo que la Revolución y los yanquis-imperialistas-go-home tienen en común: el miedo a las drogas ilícitas. Cada vez que el Taia se mueve en Cuba, las autoridades portuarias (en este caso Heredio) llevan a cabo un sondeo de drogas. Al llegar a un puerto y también al salir. Según el despacho –papel de permiso de entrada y salida de puertos que en Cuba tiene más valor que el barco en sí– el sondeo se realiza siempre utilizando el método canino, es decir, un perro se sube al barco y olfatea todo buscando drogas. Excepto que el can del método canino no siempre está presente. Por suerte el resultado de todos los sondeos del Taia, realizados con o sin el can correspondiente del que habla el despacho con absoluta certeza, ha sido negativo. (A un barco holandés le encontraron 3 semillas de marihuana en la sentina y lo multaron con us$200. La tripulación del barco nos dijo que ellos no tenían ni semillas ni ramitas ni hojas de marihuana y que el oficial del sondeo puso las semillas ahí. Conocimos tanto al oficial como a los tripulantes de ese barco y no tenemos razón para creer ni descreer a ninguno de ellos. Como siempre, la verdad debe estar en algún lugar entre las dos historias distintas.)

Heredio me pide que lo acompañe mientras realiza el sondeo, lo cual me parece excelente: a nadie le gusta que un oficial registre su casa sin uno estar presente. El sondeo no es más que una mirada sumaria por los distintos ambientes del barco. Cuando Heredio ve en el baño un pomo de dentífrico, me pregunta si tengo otro para darle. Advertido de que los oficiales tienen prohibido pedir regalos, y habiendo escuchado el rumor de que algunos lo hacen para luego decir que uno intentó sobornarlos, contesto compungido que ese es nuestro último pomo (en realidad no tengo idea si hay más abordo, pero sospecho que debe haber 2 o 3 más). Después me arrepentí de no haberle dado un pomo de dentífrico a este ser humano que sólo busca mantener su higiene dental y la de su familia.

El arrecife de coral de Cabo Cruz es excelente, bien saludable y lleno de vida. El agua es perfectamente cristalina y el Taia pasó una noche cómodamente anclado. Al día siguiente fui a Cabo Cruz, el pueblo, en busca de mi despacho para poder seguir navegando hacia Cienfuegos. Excepto por la casa en la que funciona Guardafronteras, el pueblo parece haber sido olvidado por la Revolución: algunas casas que en cualquier momento se les sale un ladrillo y se desmoronan en el agua, unos pocos botes para pescar (uno tenía motor), una plaza con juegos para niños de hierro que están absolutamente herrumbrados y nadie usa, una escuela de un ambiente con algunos niños en el tradicional uniforme escolar revolucionario, y eso es todo lo que hay. Hablé brevemente con dos personas y nuevamente me encontré con una amabilidad y un deseo de ayudar al prójimo que son envidiables y todos deberíamos practicar.


Volví con mi despacho y unas horas más tarde salimos hacia Cienfuegos.

Atardecer en Cabo Cruz

5 comentarios:

  1. Cuando vuelvas a tierra tenes que convertirte en escritor!!!!! Excelente relato!!!! Besos

    ResponderBorrar
  2. Cuando vuelvas a tierra tenes que convertirte en escritor!!!!! Excelente relato!!!! Besos

    ResponderBorrar
  3. La fluidez de tu pluma, marca el ritmo de las sensaciones más profundas del ser humano. Descripciones impecables, precisas y con una economía de vocabulario que te lleva al lugar físico indicado y al amplio mundo de la imaginación y los sentimentos. No es el primer blog que leo.. a todos quise comentar.. y a todos elogiar los
    Felicitaciones!!! Buen hijo de tu padre, que también narra con derroche de estilo y sensibilidad




    ResponderBorrar
  4. La fluidez de tu pluma, marca el ritmo de las sensaciones más profundas del ser humano. Descripciones impecables, precisas y con una economía de vocabulario que te lleva al lugar físico indicado y al amplio mundo de la imaginación y los sentimentos. No es el primer blog que leo.. a todos quise comentar.. y a todos elogiar los
    Felicitaciones!!! Buen hijo de tu padre, que también narra con derroche de estilo y sensibilidad




    ResponderBorrar