30 noviembre 2013

Fotos de la primer travesía nocturna

Estas fotos ya son viejitas, de hace 3 semanas. Hay un video con delfines; disculpen la mala calidad de la filmación!


Recién levantada

Felicidad absoluta

Delfines!


Jugaron en la proa





Los chicos están jugando ajedrez muy bien


Nuestro primer atardecer en el mar.

Glorioso!

Pelícanos de a cientos en la costa de Georgia.

El capitán ocupado con la maniobra.


En la proa mirando delfines.






26 noviembre 2013

Tío Jorge

Gud lac ford iú. Eso decía la nota que me dieron mi tío Jorge y mi tía María Inés unos días antes de comenzar mi año de intercambio en Estados Unidos. Envueltos en esa maravillosa nota estaban 2 billetes de 100 dólares. A mis tiernos 17 años, aprecié los billetes y sonreí por la peculiaridad de la manera en la que me desearon suerte.

Cuando volví a Villa María un año más tarde, 18 años ya cumplidos y convencido de haber alcanzado la cúspide de mi madurez, sentí que la tía María Inés y el tío Jorge me trataban como a un adulto. Obviamente la cúspide madurativa estaba distante (aun hoy, 22 años más tarde, parece encontrarse lejana, inalcanzable). Pero mis tíos me hicieron sentir adulto, digno de sentarme en la mesa de "los grandes".

Esa anécdota refleja solo una de las muchas idiosincracias que observé y aprendí de Jorge y María Inés. Un adolescente crece al sentirse tratado como adulto.

A Jorge lo perdimos hace 9 días. La humanidad parece encontrarse disminuida. Pero no nos dejemos engañar por esa apariencia. El tío Jorge ya no está con nosotros, pero lo que nos dió no lo podemos perder.

La última vez que lo ví al tío Jorge fui testigo de una escena que caracteriza su vida de abuelo. Lo ví en 4 patas abajo de la mesa del comedor, jugando con sus nietos, riendo y disfrutando tanto como ellos. Minutos más tarde estaba jugando a la rueda de la batata. Fue una escena hermosa. Algo para recordar.

Voy a recordar a mi tío sonriendo, como lo hacía constantemente, contando chistes, riendo. También lo voy a recordar hablando de política, de historia, ingeniería, geografía... Jorge sabía de todo (aunque eso parece ser una característica de los Novillo Maciel en general). Estoy seguro de que al imitar esos recuerdos soy mejor persona. Porque eso es lo que parece haber hecho mi tío Jorge: me mostró un modelo de persona que quiero imitar. Y así vivirá su legado por siempre, a través de la progenie que indudablemente lo recuerda e imita.

Gracias, tío.

11 noviembre 2013

Océano, delfines y cantos de sirenas

A medida que levantaba el ancla bajo la tenue iluminación del puente Arthur Ravenel Jr. en Charleston, pensé que ese momento debería tener un peso emocional más significativo. Pero a las 4:50 de la mañana, prácticamente a oscuras, con un poco de frío, y con 165 millas de Océano Atlántico por delante, el significado de ese momento en mi vida estaba lejos de mi mente. En su lugar, los preparativos del día anterior desfilaban uno por uno.

El pronóstico del viento, las mareas en Charleston y en St. Mary's, las líneas de seguridad en cubierta, la balsa salvavidas, el bolso de emergencia, los 3 juegos de cartas que consulté... la lista parecía interminable. Algo habrá quedado olvidado y a merced de la suerte. Después de todo, mi neurosis no es perfecta.

Lista el ancla, el siguiente obstáculo era sortear la salida de la bahía de Charleston. A las 5 de la mañana en noviembre, el sol está calentando más al este. A medida que la proa se alejaba del puente, atrás quedaban las luces de la ciudad y por delante esperaban las luces del canal. Rojas a babor, verdes a estribor. Algunas titilando cada 2.5 segundos, otras cada 4. Cada luz fue observada y confirmada por los dos pares de ojos en el cockpit.

Apenas entramos al canal fuimos contactados por el controlador de tráfico en la bahía. Solo para informar que hay un buque entrando por el canal. Anos fruncidos instantáneamente. Hora de pegar la vuelta o confiar en las luces que ven nuestros ojos. Reinaron la confianza y fe en las luces y el piloto del buque. Ciento ochenta metros de acero se deslizaron por babor. Un buque chico para el standard de hoy en día. Por suerte el canal es ancho. Y el Taia continuó su trayectoria de salida.

Luces rojas y verdes quedaron a popa. Adelante se veía todo negro. Yo sentía que tocaba el cielo con las manos. Me pregunté más de una vez por qué esperé 40 años para hacer esto.

Salió el sol y el Taia avanzaba incansable. El viento brilló por su ausencia y el motor rugió 32 de las 37 horas de navegación. Las velas pasaron casi todo el tiempo desplegadas, la de proa para ayudar al motor y la mayor cazada en la linea de crujía para amortiguar el rolido.

Junto con el sol vinieron los delfines a jugar en la proa. Y otra vez me pregunté por qué esperé tanto para izar velas en el océano. Vinieron de a uno, de a dos, tres o cuatro. Se acercan al barco y bailan alrededor de la ola de proa. Parece que el barco los invitara a jugar y ellos aceptan con una sonrisa. Juegan unos minutos, nadando de lado a lado, rompiendo la superficie para resoplar, y así como vienen desaparecen.

Con solo dos tripulantes capaces de llevar el barco, tuvimos que hacer guardias. Estar solo en el cockpit mirando la oscuridad a proa, buscar luces moviendose en el horizonte, controlar el rumbo, las velas, pensar, observar. Qué placer! Qué actividad tan íntima con el océano y con el barco! El cansancio se hizo presente, por supuesto, pero solo para agregar un ángulo interesante al arte de navegar.

Tiramos el ancla en Cumberland Island, Georgia, hoy a las 10 de la mañana. Todo salió bien porque lo planeamos detalladamente y porque tuvimos suerte.

Me cuesta describir la escena sin caer en cliches trillados. Para mí fue grandioso. Y lo quiero repetir. Esta fue una travesía corta, pero la voy a recordar siempre.

Por suerte el horizonte nunca se acaba y siempre hay agua para navegar.

Sirenas no escuchamos. Tampoco las vimos. Por suerte!

(Prometo fotos cuando tengamos una conexión a internet más consistente.)

09 noviembre 2013

Adaptándose a los cambios

Vivimos una vida muy intensa, donde cada día es diferente. Nos levantamos con el sol, tipicamente en un lugar distinto al del día anterior. El Ery yo nunca fuimos madrugadores pero hay algo captivante al ver el sol asomarse mientras levantamos el ancla y nos dirigimos hacia nuestro nuevo destino diario. Mientras los chicos duermen plácidamente, éste es un momento único para nosotros dos, que disfrutamos en silencio y calma, mientras vemos el día empezar y nos tomamos nuestros primeros mates.

Cada noche planeamos a dónde vamos a ir el día siguiente. Esto incluye escuchar el pronóstico del tiempo, planeaa la ruta que vamos a seguir, averiguar el estado de las corrientes y mareas así podemos decidir el mejor momento para partir, y, por último, encontrar un buen lugar protegido para anclar. Y todo esto es la parte fácil! La parte más difícil es ejecutar el plan. A veces el día va como uno lo planea, pero a veces necesitamos cambiar el plan a mitad de camino.

Hace poco, cuando estábamos acercándonos a Shallotte Inlet, en Carolina del Norte, empezamos a escuchar en el canal 16 de la radio VHF  (de emergencia) que muchos barcos se estaban quedando encallados en esa area. Con 6 pies de eslora y con marea baja, no quisimos arriesgarnos. Los otros barcos estaban reportando profundidades de 5 pies o menos. Rápidamente empezamos a buscar alternativas para poder anclarnos en alguna bahía pero las opciones eran bien limitadas. Sólo encontramos un lugar y  aunque no era muy atractivo, decidimos anclarnos ahí y pasar la noche. A la mañana siguiente cruzamos Shallotte Inlet con marea alta y evitamos todo el stress y drama de navegar con poca agua.

Otro ejemplo de cambio de último momento pasó unos días después mientras nos dirigíamos a Georgetown, Carolina del Sur. Como estábamos un poco cansados, decidimos tener un día fácil y planeamos hacer sólamente unas 25 millas y anclarnos en Georgetown. Pero cuando estábamos cerca, el día estába tan lindo que decidimos seguir y acercarnos a Charleston. A mitad de camino, entonces, planeamos la nueva ruta en la computadora, las importamos al GPS y seguimos viaje felizmente.

Cerca de Charleston al día siguiente casi tuvimos que cambiar de planes nuevamente. Teníamos que cruzar un puente con una altura máxima de 65 pies y Taia necesita 62 pies. La mayoria de los puentes tienen un cartel cerca del agua que indica la altura actual teniendo en cuenta las mareas. Siendo extra cautelosos como somos (y un poco gallinas), siempre buscamos y miramos estos carteles. El problema es que no todos los puentes tienen estos carteles. Y si los tienen, leerlos a distancia no es fácil, aún con la ayuda de unos binoculares muy buenos (cortesía de los padres del Er). Al acercarnos al puente, con marea alta, el cartel parecía leer 61 pies. En un canal estrecho, con corriente que nos llevaba hacia el puente y con otros barcos a popa nuestro, empezamos a evaluar opciones para no cruzarlo y esperar a que la marea baje. Afortunadamente, al acercarnos más, pudimos leer que la altura era en realidad 63 pies y lo pudimos cruzar sin ningún problema.

Yo siempre estuve acostrumbrada a adaptarme a cambios en el trabajo. Cosas pasan que afectan los planes y, no sólo es natural sino un requerimiento adaptarse a estos cambios. Pero nunca antes tuve que aplicar esto a mi vida personal como ahora.

Así comienza. Vemos un puente a los lejos y vamos a cubierta con los binoculares a ver si encontramos el cartel que dice la altura.

Mientras el barco se acerca, seguimos buscando.

Ahi está! No lo podrían haber hecho un poquito más grande al cartelito???

Sin dudas, ahora, cruzamos el puente. Aunque más de una vez, lo cruzamos con miedo de que el mástil no pase. Desde abajo, la perspectiva es distinta :)

02 noviembre 2013

Canal Intracostero del Atlántico (ICW)

Hoy hace 8 días comenzamos nuestra travesía del Canal Intracostero del Atlántico (en inglés es Intracoastal Waterway y todo el mundo, incluyendo la tripulación del Taia, le dice ICW). Ha sido una experiencia interesante, de a ratos intensa y movida, de a ratos lenta y casi aburrida.

Las primeras horas de navegación fueron las más intensas. En Norfolk está la base naval más grande del mundo y también tiene un puerto comercial grande. Abunda el tráfico marino de todo tipo. Además, esa es la zona del ICW con mayor densidad de puentes que hemos visto. En menos de 5 horas tuvimos que cruzar varios puentes, algunos de los cuales tuvimos que esperar a que se abrieran porque el mástil del Taia tiene 17 metros de altura. El ICW recibe a los novatos con un cachetazo violento.
Porta aviones en Norfolk
Pero después se acaba la zona urbana de Norfolk y Portsmouth y empieza lo más lindo y tranquilo. Canales, algunos excavados por esclavos en el siglo XIX, tan rectos como una autopista moderna y rodeados de vegetación y vida salvaje. Ríos que parecen encontrarse tan vírgenes como hace 4 siglos. Realmente una fusión de naturaleza y humanidad que es admirable.

Los dos o tres primeros días en el ICW fueron fríos. Aparecieron gorros, guantes y buzos para toda la tripulación. También afloraron bolsas de dormir importadas directamente de los otoños y primaveras canadienses que esta tripulación había pasado en otro barco. Por suerte estábamos listos.
El capitán enfrentó heróicamente las gélidas temperaturas (con ropa lavada a mano tendida para secar en el cockpit).
Después de los dos primeros días la navegación se empezó a poner repetitiva. Puentes, zonas de escasa profundidad, tráfico, canales angostos, vegetación y pájaros mirando pasar al Taia con párpados adormecidos... o los párpados adormecidos estaban abordo? Todo eso con los 85 caballos del motor diesel rugiendo de manera incesante. Es imposible navegar a vela en la mayor parte del ICW. Hasta el piloto automático se aburrió y empezó a trazar rumbos erráticos en el medio de canales que parecían tener 3 o 4 metros de ancho.

La necesidad de hacer más millas por día se hizo obvia. Comenzamos a amanecer junto con el sol para aprovechar las escasas 10 horas de luz natural que provee el otoño. Con el sol en el horizonte oriental comenzaba el rugido del motor. El objetivo de cada día fue recorrer la mayor cantidad de millas posible y llegar a una bahía con buena protección para tirar el ancla antes del anochecer.

Y así fue que pasamos las noches más silenciosas y oscuras que hemos tenido. Por unos días el Taia estuvo desfasado del resto de los barcos recorriendo el ICW, y pasamos noches solitarias, sin nadie alrededor. Esas fueron las mejores noches. Y la oscuridad! Entre las nubes que ocultaban la luna y la ausencia de zonas urbanas, la oscuridad alrededor era absoluta. Salir a cubierta daba miedo.
Amanecer solitario en el ICW
Otro amanecer, este con sol y luna
Después llegamos a la gigantesca urbe de Oriental, North Carolina, con sus 900 habitantes. Una pequeña joya de pueblo que vive más mirando a su río, el Neuse, que hacia el resto del continente. Hermosa.

En Oriental fuimos beneficiados por la famosa hospitalidad sureña (ese sureña se refiere al Sur de Estados Unidos; North Carolina es un estado del Sur). Salimos de un súper mercado cargados de provisiones para varios días. Mochilas, bolsas colgadas en cada dedo, los chicos ayudando con la carga estóicamente. Teníamos que caminar unas 10 cuadras al costado de una ruta hasta el muelle. Pasó una mujer en auto con su perro. Frenó al costado de la ruta. Preguntó si necesitábamos que nos llevara en auto. Y nos llevó, en dirección opuesta a la que iba. Los chicos jugaron con el perro en el auto mientras la señora entretuvo a los adultos con su pintoresco acento sureño. La gente es inherentemente buena.
Dinghy dock en Oriental, North Carolina. Atrás se ve nuestro gomón.
De Oriental navegamos hacia Morehead City y Beaufort, North Carolina. Vimos ambas ciudades al pasar. Había casas lindas en la orilla y tráfico de autos en el puente. Llegando a Beaufort vimos deflines por primera vez. Lamentablemente no tuvimos oportunidad de sacarles fotos. Se asoman esporádicamente para volver a sumergirse y continuar su nado incansable.

El tramo después de Morehead City fue interesante porque el ICW atraviesa una base militar gigantesca, parte de la cual usa la marina para práctica de artillería. Todo ese día se escuchó tráfico radial de la marina, anunciando las zonas en las que estaban practicando y pidiendo que ninguna embarcación se acerase. A veces cierran el ICW para esas prácticas. Vimos sobre la costa varios vehículos militares abandonados, probablemente usados como blancos de práctica.
Los chicos jugando en cubierta
Juegos de guerra en el ICW
El intenso ritmo de navegación cobró su precio. Los grandes estábamos cansados. Así fue que decidimos parar en Wrightsville Beach, North Carolina, una ciudad balnearia muy pintoresca. Pasamos dos noches en una marina porque hubo mucho viento del Sur Oeste, y no hay ninguna bahía protegida para vientos de ese cuadrante en esta zona. Eso también nos dió la oportunidad de llevar a los chicos trick-or-treating para Halloween.
Halloween!
Ahora continuamos en Wrightsville Beach, aunque esta vez anclados.

Mañana planeamos explorar Masonboro Island, una isla que ha sido declarada reserva natural y a la que solo se puede llegar en barco. Leí que hay tortugas marinas que desovan en esa isla.

Después de 3 días de descanso en Wrightsville Beach, el Taia seguirá su navegación hacia el sur. Pronto, muy pronto, haremos nuestra primer travesía en el mar, con 48 horas de navegación ininterrumpida. O tal vez más. Veremos qué dice Eolo al respecto.