La desventaja más grande que tienen los gomones es que sufren de una misteriosa susceptibilidad al pinchazo. A veces los pinchazos son fáciles de parchar, otras veces el arreglo es prácticamente imposible. Esta misteriosa susceptibilidad es la que reina en el consciente colectivo cuando nos acercamos a una playa, a otro barco, a un dock... en definitiva la tarea de prevenir el pinchazo es un esfuerzo constante.
Otra característica de los chinchorros es que en su mayoría tienen un motor fuera de borda. Y los motores fuera de borda, como todo cuerpo metálico que se sumerge en agua, particularmente agua salada, sufren de corrosión galvánica. Este tipo de corrosión hace que los metales se empiecen a desgranar, como si estuvieran hechos de arena compacta. Obviamente hay que ocuparse de que la corrosión no haga del motor un esqueleto frágil y escuálido. Una manera fácil de proteger el motor es levantarlo de manera que quede fuera del agua cuando no se lo está usando.
Ahora imaginen un dock lleno de gomones amarrados. A veces llegar a un dock así es una maniobra complicada; hay que llegar despacio y hacerse un lugar entre gomones para llegar al dock, o simplemente saltar de gomón en gomón con el cabo en la mano y amarrarse.
Qué pasa cuando un boludo decide proteger su propio motor y lo levanta, dejando la pata del motor y su hélice elevadas de manera que quedan justo a la altura de los otros gomones?
El motor del boludo este no sufrirá de corrosión galváncia. Pero los gomones de su prójimo, todos nosotros gente de bien y siempre listos para cantar Kumbaya mientras bailamos abrazados, sufrirán de hélices o puntas de patas de motor hincándose de manera agresiva en su fina piel. El boludo este, al proteger de manera egoísta su motor, hace daño al prójimo que no hace más que amarlo incondicionalmente (aunque a veces el prójimo lo puede llegar a tildar de boludo).
Mi reacción al acercarme a un dock y ver que algún boludo levantó su motor, es una de comprensión y paciencia hacia el susodicho boludo. Me limito a sonreir sardónicamente y a esquivar el motor del boludo para que no dañe mi gomón. Después agradezco a Gaia y al destino por todo lo que me han dado y continúo mi día como si nada hubiera pasado. Nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, haría algún comentario denigrante hacia el boludo, boludón, boludazo, que solo piensa en si mismo y no tiene respeto por el prójimo.
Mi hijo Matias, sin embargo, algo limitado de paciencia a sus escasos 5 años, tiene reacciones menos controladas y estudiadas, menos sofisticadas. La semana pasada, acercándonos a un dock en Marsh Harbour en el que un boludo total había dejado su motor levantado, el Mati hizo un comentario que nos llamó la atención un poco:
"Otro boludo dejó el motor levantado."
Tienen que imaginarlo al Mati diciendo eso, con su acento agringado pero usando un perfecto vocabulario argentino. Realmente no se me ocurre a dónde habrá aprendido esa expresión!
"Dale boludo, levantá el motor y te pincho el gomón con este palo." |